Lee, escucha y celebra:
“Las palabras divinas crecen con quien las lee”.
El centro de la formación es la unión personal con Cristo, que buscamos por medio de la oración silenciosa, la escucha de la Palabra, la vida litúrgica y la participación comunitaria como medios para aprender a vivir la unión con Dios, a ejemplo de Cristo que vivió para hacer la voluntad del Padre (RFIS 104).
En la Ratio Fundamentalis Sacerdotalis se señala el puesto eminente que tiene la Palabra de Dios en el proceso de maduración espiritual y no le es ajena la fundamental referencia para la vida discipular y la configuración con el Buen Pastor, Jesucristo (RFIS 109). Si no se acoge primero en el corazón no es posible anunciarla después. El tema escogido para este año formativo académico tiene como propósito continuar despertando el deseo de la Palabra de Dios en la comunidad del seminario para que la lleguemos a valorar como verdadero alimento que anima toda la vida del presbítero y de la Iglesia.
“Lee, escucha y celebra la Palabra”, porque Jesucristo es la Palabra, como nos dice San Juan. Los padres de la Iglesia llaman a Jesucristo “La Palabra abreviada”; y san Agustín afirmaba que si tenemos a Jesús en el corazón tenemos ya la Palabra abreviada. Pero si queremos conocer a Cristo, no podemos desconocer la Sagrada Escritura, pues desconocer las Escrituras es desconocer a Cristo mismo, como dirá San Jerónimo. No hay dudas de que en el Seminario no sólo leemos la Biblia, sino que la estudiamos y nos la aprendemos; sin embargo, queremos animar, no cualquier lectura, sino una lectura creyente; no animamos a tener la Biblia, sino a tenerla en el verdadero lugar que le corresponde en nuestro itinerario de fe. Es necesario e interesante leer la Palabra de Dios, aunque estemos muy bien informados de lo que dicen los documentos del Vaticano II, el CCE, el CIC, las encíclicas y la vida de los santos, porque en los textos de la Palabra de Dios encontramos palabras que sólo Dios puede decir. Dios lo dice a través de los textos sagrados que la Iglesia ha reconocido. Lo que hay en la Biblia es muy diferente al contenido de cualquier otro libro. Es Palabra de Dios porque dice lo que sólo Dios puede decir y actuar. Sólo Dios puede decir y puede actuar lo que nos da vida, lo que nos salva, lo que nos da esperanza. Es que Dios toca el corazón de cada persona.
Al acercarnos a la lectura de la Palabra de Dios en cada celebración eucarística conviene distinguir lo que es anecdótico de lo que es salvífico. Que lo anecdótico no me haga perder lo salvífico.
Por otra parte, conviene tomar en cuenta la Palabra de Dios leída en clave litúrgica. A la luz de la Dei Verbum, el momento más importante de la Palabra de Dios se da cuando la mesa eucarística y la mesa de la Palabra dicen lo mismo: cuando sirven el mismo banquete. ¿Cuál banquete? “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección ¡Ven Señor!”. El manjar que brinda es que Cristo ha resucitado. Lo más importante de la fe es la resurrección de Jesucristo en cuanto que nos lleva a resucitar en todos los acontecimientos de la vida cotidiana; en las angustias, en las tristezas, en el sufrimiento, frente a las injusticias sociales que causan muerte y en el momento final de la existencia. Por eso en la eucaristía es tan importante el año litúrgico que nos organiza para ir tocando los temas claves de la salvación.
En el diálogo con la Palabra, el hombre escucha a Dios y Dios escucha al hombre y le responde todas las interrogantes que anidan en su corazón. Pero, además, en ese diálogo con la Palabra el hombre se comprende a sí mismo. Por eso, el fruto de la Sagrada Escritura no es uno cualquiera, sino que es la plenitud de la felicidad eterna. En efecto, la Sagrada Escritura es el libro en el que están escritas Palabras de vida eterna para que no sólo creamos, sino para que poseamos también la vida eterna en la que amaremos y veremos cumplidos todos nuestros deseos.
Rvdo. P. José Apolinar Castillo Hernández
Rector